Todo el mundo, o casi todo, tiene muy claro lo que es el dinero. Se trata de un bien ansiando por muchos, del que disfrutan en mucha abundancia unos pocos; también es algo que hay quién considera malo, otros que da la felicidad, otros que no, y un largo etcétera de consideraciones muy variadas sobre el tema, opiniones lógicamente respetables.
Me propongo en este post, hacer un poco de historia moderna del dinero (muy resumida) y a la vez reflexionar sobre cómo se ha llegado a la situación de hoy día, dónde ya adelanto que verdaderamente el dinero en sí mismo no tiene nada de valor.
¿Dinero o riqueza?
Muchas veces confundimos dinero con riqueza, y no es lo mismo. Imaginemos a alguien que posee una importante cantidad de dinero (a elección del lector), esa persona está en una isla desierta, pero dónde ni si quiera la madre naturaleza, produce lo básico para alimentarse. ¿De qué le serviría a esa persona tener mucho dinero? Pues de nada.
Sí, ya sé que es un caso irreal. Imaginemos ahora una economía cerrada, local, dónde una sola persona fuese capaz de acumular todo el dinero en circulación, si su misión es esa. Para el resto de agentes se tendría que crear “otro dinero”, y ¿qué valor tendría el del que lo acumuló todo? Ninguno, porque no circularía.
El valor del dinero ciruculante
Es aquí donde está la clave: el dinero es una herramienta que facilita el intercambio de bienes entre agentes; además sirve como depósito de valor (para comprar algo en el futuro), y da referencias del coste de esos bienes.
Ejemplo de dinero circulante
Por ejemplo, un televisor se dice que cuesta 500 euros, y no que cuesta 10 pantalones (que a 50 euros por cada uno es lo mismo). Por tanto desde un punto de vista de facilitador de transacciones, a mí no me cabe duda de que es un buen invento; y esto es así, porque para poder hacer la transacción que antes comentaba, tendría que haber alguien interesado en 10 pantalones, que tuviera un televisor y otra persona que estuviese interesada justo en la transacción contraria. Se antoja complicado.
Pero, ¿sabemos en qué se basa el dinero? Pues en nuestra historia económica moderna podemos distinguir dos clases: el llamado dinero mercancía y el llamado dinero fiduciario. El dinero mercancía se basaba en metales, fundamentalmente en el oro. El llamado patrón oro, instaurado en Reino Unido en 1819, y posteriormente adoptado por otras naciones.
En este sistema, cualquier billete en posesión de cualquier agente, podía ser cambiado por oro en el banco central de su país, con una referencia marcada. Por tanto “la riqueza” tenía el respaldo de este metal precioso, actuando en cierto modo como equilibrador en el comercio internacional, en función de la ley más simple y conocida de la economía, la de oferta y demanda.
Pero esto limitaba la capacidad de los gobiernos para emitir dinero, pues no podrían hacerlo por encima de la cantidad de reservas. Con el “noble fin” de la guerra, durante la Primera Guerra Mundial, y sus necesidades financieras, varios países abandonan el patrón oro, y pasamos a lo que se denomina dinero fiduciario.
Después de la guerra, se restauró el sistema, pero el orden económico mundial había cambiado. Estados Unidos empezaba a tener mucho peso, y su moneda (dentro del patrón), también. Después de la Segunda Guerra Mundial, el papel hegemónico del país norteamericano aumentó, pasando a ser su moneda la referencia en comercio internacional hasta nuestros días.
El toque final lo da el presidente Nixon en 1971, cuando elimina definitivamente el patrón oro de su moneda. A partir de ese momento, tanto el dólar, como el euro, o cualquier otra moneda, tienen valor únicamente porque todo el mundo reconoce que tiene valor, y esto es el dinero fiduciario. Nada respalda nuestro dinero, tan sólo la creencia (y que siga) de que con él, podemos comprar bienes. Por tanto, el dinero en circulación en una economía, en teoría, debería ser el dinero de los bienes y servicios que se producen para que pueda haber transacciones, en función de la oferta y la demanda de los mismos.
¿Es así como ocurre? Pues claramente no: desde el abandono definitivo del patrón oro, la emisión de dinero por parte de los gobiernos está muy por encima de la producción real, de la economía real. Hoy hay más dinero en circulación que ayer, y mañana habrá más que hoy. La consecuencia: inflación (el ahorrador pierde), y la deuda pública de los países se ha multiplicado de forma exponencial (el contribuyente pierde).
Esto no acaba aquí, se acaba de producir un cambio, que en mi opinión ha pasado muy desapercibido, con una cosa que se llaman Derechos Especiales de Giro, y de la que hablaré próximamente en otro post para tratar de explicar qué es.